EL DIOS QUE CON JUSTICIA JUZGA Y PELEA NUESTRAS BATALLAS

     Y lo que prometió en su campaña política lo cumplió a partir de su primer día en la presidencia. Desde el 1 de julio del 2016 Rodrigo Duterte, presidente de las Filipinas, inició su prometida guerra contra las drogas; una guerra que para febrero del 2017 había dejado un saldo de 7 mil muertos en siete meses de su gobierno, 1,000 muertos por mes. 

     2,500 presuntos narcotraficantes y consumidores de drogas cayeron abatidos por la policía, en tanto que otros 4,500 fueron víctimas de las fuerzas armadas irregulares. Unas 52 mil personas habían sido arrestadas y la policía había perdido 35 hombres que murieron en los enfrentamientos. El presidente Duterte incluso ofreció una compensación económica a sus fuerzas policiales que resultasen heridas. Sin embargo, esta cruzada contra las drogas suscitó muchas críticas de grupos defensores de los derechos humanos que acusaban al presidente de ejecuciones arbitrarias. A lo que Duterte respondió que la policía solo disparó contra los que se resistían al arresto con armas de fuego. 

     No obstante, la organización por los derechos humanos, Human Rights Watch, denunció que el gobierno estaba usando escuadrones de la muerte. La senadora Leila de Lima, principal crítica del presidente Duterte, lo acusó de haber legalizado la impunidad con abusos y ejecuciones extrajudiciales. En efecto, fuerzas de seguridad, tomando como pretexto la justa guerra contra las drogas, y apoyada en una falsa orden de arresto, primero secuestró a un importante empresario surcoreano sospechoso de corrupción y luego lo mataron.

     Es lamentable que el presidente filipino Rodrigo Duterte, queriendo hacer justicia en su guerra contra las drogas, incurrió precisamente en lo contrario, es decir, en injusticias, en la arbitrariedad y en la maldad. Ah, pero hay uno que cuando pelea contra el mal es siempre justo porque su justicia es absolutamente pura y absolutamente perfecta y justa. Y ese alguien es el Dios que hizo los cielos y la tierra y que vino a este mundo la primera vez hace 2 mil años a través de la persona de su eterno y bendito hijo Jesucristo. Y cuando él regrese por segunda vez a esta tierra, se cumplirá lo que el apóstol Juan contempló en su visión en Apocalipsis 19:11 donde leemos que él dijo: “Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea”.

     Cuando los poderes de las tinieblas reúnan a todos los reyes de la tierra y a sus ejércitos para la batalla de Armagedón, el Cristo victorioso y triunfante juzgará y peleará con justicia y vencerá. El peleará literalmente mañana y Él espiritualmente pelea hoy, como veremos después, y ha peleado desde el principio de los siglos. 

     La pelea comenzó poco después de la creación del universo y de la creación de los ángeles cuando el querubín más importante, Lucifer, se rebeló contra Dios y convenció a una tercera parte de los ángeles de que era factible derrotar al Todopoderoso. Al instante, Dios respondió de manera santa y justa expulsándolos a todos del cielo. En Lucas 10:18 Jesús dijo: “...Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.”, y cuando cayó a tierra y entró en el huerto de Edén, se disfrazó como una serpiente y engañó a nuestros primeros padres, induciéndoles a comer del fruto prohibido, desobedeciendo a Dios. Entonces Jehová Dios dictaminó sentencia contra Adán y Eva y su descendencia, la raza humana, que heredaría la paga del pecado que es muerte.

     Pero alabado sea Dios que no dejó a la humanidad sin esperanza tras la caída, pues allí desde el jardín del Edén, Dios proclamó el primer grito de guerra registrado en la Biblia. En Génesis 3:15 leemos que le dijo a la serpiente: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya;...”. La mujer aquí es la nación de Israel de la cual nacería el Mesías redentor mediante una virgen que concebiría por el Espíritu Santo. La simiente de la mujer sería Cristo mismo, y la simiente de la serpiente serían los hijos del diablo que se opondrían a Dios a lo largo de los siglos, y que al venir Cristo procurarían su muerte, es decir Judas que lo traicionó, los escribas y fariseos que procuraban matarle, los líderes religiosos judíos que lo sentenciaron a muerte de cruz, y los soldados romanos que le crucificaron hiriendo el calcañar, perforándole con clavos sus pies, tal como se profetizó en Génesis 3:15.  

     Pero la profecía no se quedó allí. Jesús fue herido en el calcañar, es cierto, pero además se anticipó que Cristo heriría a la serpiente en la misma cabeza, es decir, que destruiría el poder con que Satanás ha subyugado a los seres humanos, dando así libertad de su dominio a todos los que creyesen en el glorioso evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. En Hebreos 2:14-15 leemos: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre”.

     Bendito sea Jesús quien por su muerte en la cruz del calvario nos libró del imperio y el dominio satánico, nos dio vida eterna, librándonos de la condenación eterna del infierno, y nos dio una gloriosa esperanza para el futuro, todo como consecuencia de aplastarle la cabeza a la serpiente antigua, al diablo en la cruz, tal como en Génesis 3:15 se había profetizado.

     Ahora bien, Satanás desde el inicio trató de que esta profecía no se cumpliera. ¿Por qué cree que antes del juicio del diluvio Génesis 6 nos dice que toda carne había corrompido su camino sobre la tierra y que Jehová había decidido el fin de todo ser? El diablo calculó que si podía corromper a toda la raza humana, entonces Dios, que es santo, tendría que destruirla toda y de esta manera nunca nacería la simiente de la mujer para aplastarle su cabeza. Mas sus planes fueron frustrados pues en Génesis 6:8 leemos: “ Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová”. 

     Noé y su familia entraron al arca y se salvaron. Toda esa humanidad impía pereció en el diluvio, y cuando Noé salió del arca sus tres hijos Sem, Cam y Jafet repoblaron la tierra. Los descendientes de Sem se ubicaron en la región de Babilonia, y de Ur de los caldeos Dios llamó a un semita llamado Abraham diciéndole según Génesis 22:18: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz”. Cristo es la simiente de Abraham descendiente de Sem, descendiente de Noé. Qué maravilloso que a lo largo de la historia Dios preservó milagrosamente la descendencia de la cual vendría el Mesías.

     Abraham engendró a Isaac; Isaac engendró a Jacob; y Jacob tuvo 12 hijos que vinieron a ser patriarcas de 12 tribus y una de ellas fue Judá, de la cual vendría Cristo. De qué manera más precisa Dios guió la historia. Los 12 hijos de Jacob, con sus respectivas esposas e hijos, sumaron en total 70 personas que entraron en Egipto donde se multiplicaron durante 400 años con un propósito triple divino: formar un pueblo, redimir a ese pueblo haciéndolo suyo y pelear por ese pueblo.

      Ustedes ya saben la historia. Faraón oprimió a los hijos de Israel en Egipto. Dios les levantó un libertador llamado Moisés,  y como faraón endureció su corazón para no dejar ir a los hijos de Israel, Dios tuvo que enviar diez plagas. En la última plaga todos los primogénitos, desde el primogénito de faraón y de todos los egipcios, y de toda bestia, murieron. En cambio, todos los primogénitos en Israel se salvaron tras celebrar la pascua, pues el ángel que destruía pasó de largo cuando vio la sangre del corderito en los postes de cada tienda judía.  Finalmente, faraón se doblegó y dejó salir a los hijos de Israel de Egipto. Sin embargo, su corazón se obstinó y salió con carros y caballos para perseguirles en el desierto, y los judíos tuvieron miedo; ¿mas que les dijo Moisés en Éxodo 14:13-14?: “...No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy habéis visto, nunca más para siempre los veréis.  Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos”.  Y efectivamente así fue.

     Jehová Dios dividió las aguas del Mar Rojo, e Israel cruzó, y cuando faraón y su ejército intentaron hacer lo mismo, las aguas del mar se volvieron con toda su fuerza destruyéndolos a todos. Entonces Israel entonó un himno de victoria, el célebre canto de Moisés  y María en Éxodo 15:1,3: “...Cantaré yo a Jehová, porque se ha magnificado grandemente; Ha echado en el mar al caballo y al jinete. Jehová es varón de guerra; Jehová es su nombre”.

      Jehová es varón de guerra contra el mal y contra el maligno. El que peleó por su pueblo Israel ayer, pelea por su pueblo, la iglesia hoy. Mi hermano di: “gracias Jesús, porque en esta lucha espiritual no estoy solo; tú peleas también por mí”. Cuando Israel llegó a la tierra prometida al mando de Josué, tendrían que pelear para conquistar esa tierra que Dios había prometido a Abraham y a su descendencia; y con respecto a los cananitas, la orden divina fue: “no dejes a ninguno vivo; destrúyelos a todos, hombres, mujeres y niños”.

     Esta orden a primera vista parecía muy dura, pero no era arbitraria, porque era un justo juicio de Dios.   Cuando la maldad rebasa los límites de la paciencia divina, entonces inevitablemente viene el juicio. Los amorreos, los heteos, los ferezeos, etc., eran habitantes de Canaán que hacían pasar a sus hijos por fuego ofreciéndolos en sacrificio al dios falso Moloc. Además, practicaban el espiritismo y adoraban a los mismos demonios. Israel pues, sería algo así como el bisturí o instrumento divino, mediante el cual Dios extirparía el cáncer de los depravados pueblos cananitas. Sus prácticas equivaldrían a lo que hoy en día llamaríamos brujería, santería, adivinación, etc. A su propio pueblo Israel Dios le dijo según Deuteronomio 18:12-13: “Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas, y por estas abominaciones Jehová tu Dios echa estas naciones de delante de ti.  Perfecto serás delante de Jehová tu Dios”. Oh, en verdad Dios es justo en su guerra contra el mal, y su anhelo es que su pueblo redimido se aparte del mal y sea santo como él es santo.

     Cuando venimos al Nuevo Testamento encontramos a Jehová varón de guerra encarnado en la persona bendita de nuestro Señor Jesucristo, y vemos que toda su vida y ministerio fue una expresión del amor de Dios hacia nosotros y de su justicia, mediante la cual libró una guerra total contra el mal. En los evangelios vemos a Jesús en guerra contra el diablo en el desierto cuando fue tentado venciéndole con la Palabra. Vemos a Jesús en guerra contra los demonios echándolos fuera de mucha gente atormentada con la Palabra. Vemos a Jesús en guerra contra las enfermedades sanando a muchos enfermos movidos por su compasión con la Palabra. Pero la mayor guerra se dio en el huerto de Getsemaní, cuando oró bajo una presión tan terrible, que Lucas 22:44 nos dice que: “Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”.

    Detrás de esta agonía del Señor estaban todas las fuerzas satánicas del infierno atacando a Jesús para impedir que fuera a la cruz. Pero más que eso, había una presión peor y era cuando en su mente anticipó el momento terrible en que su alma pura llevaría el pecado inmundo de la humanidad; y en consecuencia, experimentaría la total separación del Padre y el tormento del mismo infierno al llevar el castigo que merecíamos millones y millones de pecadores. Por eso él dijo: “Padre, si es posible pasa de mi esta copa. Si hay otra forma en que yo pueda salvar a la humanidad, muéstramela...”.

     Si Jesús hubiera fallado en esta grande prueba para evitar el trago amargo de la cruz, entonces la raza humana irremediablemente se habría perdido sin esperanza. Pero alabado sea Dios porque añadió: “Mas no sea hecha mi voluntad, sino la tuya”; y al someter su voluntad a la voluntad del Padre, sabiendo todo lo que le costaría, alcanzó la más grande  de todas las victorias en la guerra contra el pecado y contra el diablo para salvar nuestras almas. La victoria de Jesús en la cruz fue ganada primero de rodillas en Getsemaní, donde su agonía no le hizo desistir de su voluntad de sufrir y morir en esa cruz por ti y por mí. Su sangre preciosa fue el alto precio que él pagó en esa cruz para salvar nuestra alma del pecado y de la condenación. Y sería una gran insensatez que tu alma eterna se fuera al infierno cuando hay un Salvador que en la cruz peleó por ti y murió por ti para salvarte.

      Él resucitó; Él vive; Él ascendió a los cielos; Él está sentado a la diestra del Padre y pronto va a regresar otra vez; y si tú te arrepientes de tus pecados, y le rindes tu corazón aceptándole como tu Salvador y Señor hoy, Él salvará tu alma, cambiará tu vida milagrosamente, transformándote en una nueva persona, mediante el poder del Espíritu Santo para vivir en esta tierra la vida más maravillosa y bendecida y estarás listo para irte con él en cualquier momento cuando Él venga por su verdadero pueblo.

     Yo te desafío a que rindas tu corazón a Cristo hoy; si lo haces, experimentarás las más gloriosas bendiciones que Dios tiene preparadas para ti en esta tierra con miles de promesas de Dios en la Biblia que se cumplirán en tu vida. Pero no todo será fácil; Satanás tratará de ponerte obstáculos y hará guerra contra ti; pero no temas, Dios siempre estará en control y pondrá un límite a lo que el enemigo pueda hacer y siempre hará que todas las cosas ayuden para bien, para que crezcas en fe y te fortalezcas en Dios y aprendas a depender de él.

     Hermanos míos, estamos librando las últimas batallas contra el diablo antes del rapto de la iglesia. Vienen momentos en que él te atacará con dudas, con temores, con el desánimo, etc.; pero Jesús te dice a ti las mismas palabras que le dijo a Pedro en Lucas 22:31-32: “...he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte;...”.

     Dios te diseñó para que en este conflicto espiritual contra el diablo y todas sus huestes tú seas más que vencedor por medio de Aquel que te amó. Ya sea que este conflicto venga en la forma de una enfermedad, crisis matrimonial o crisis económica, o una gran aflicción emocional en la cual tú sientas tu alma abatida hasta el polvo, dobla rodillas, ora al Padre celestial; recuerda que no estás solo. Di como el profeta Jeremías según él escribió en el capítulo 20 verso 11: “Mas Jehová está conmigo como poderoso gigante; por tanto, los que me persiguen tropezarán, y no prevalecerán; serán avergonzados en gran manera, porque no prosperarán;...”.

     Por último, cuando la batalla arrecie y sientas que no puedas más ante una multitud de problemas, recuerda lo que dice la escritura en 2 Crónicas 20:15 “...No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios...”. Mis hermanos, mantengamos esta confianza; Dios seguirá peleando mientras batallas y nos dará la victoria cada día sobre las circunstancias y sobre un diablo vencido hasta el mismo momento en que seamos arrebatados por Cristo hacia las nubes del cielo en el rapto que se aproxima. Él dijo en Lucas 12:40: “Vosotros, pues, también, estad preparados, porque a la hora que no penséis, el Hijo del Hombre vendrá”.