Así dijo Dios en su palabra profética en el libro de Joel capítulo 2 verso 30. Después que el emperador Hirohito de Japón se aliara al malvado Adolfo Hitler en la Segunda Guerra Mundial, los japoneses atacaron la base área americana en Pearl Harbor, lo cual obligó a los Estados Unidos a entrar en ese conflicto. A pesar de ser combatidos duramente, los japoneses no se rendían, pero esto cambiaría.
El 16 de julio del año 1945 en un desierto del estado norteamericano de Nuevo México, militares, mecánicos y científicos dirigidos por el Dr. Robert Oppenheimer en un experimento crítico, colocaron un dispositivo explosivo sobre una torre de 30 metros de altura de la cual bajaban cables enterrados en la arena a lo largo de 15 kilómetros. Y cuando llegó la hora cero, es decir las 5:30 a.m., el Dr. K. T. Bainbridge del Instituto Tecnológico de Massachusets, activó un robot que causó una gran explosión arriba en la torre, que produjo una enorme bola de fuego que se elevó a diez kilómetros de altura sobre la torre. La explosión estremeció la tierra 80 kilómetros a la redonda, iluminando el cielo en colores que iban de rojo, anaranjado, violeta y verde.
El calor generado por la bola de fuego rivalizaba con la temperatura del mismo sol, pues la torre de 32 toneladas de peso se derritió totalmente, al tiempo que una enorme columna de humo se elevó formando una especie de hongo en las alturas. Señoras y señores, había nacido la era atómica.
Casi un mes después, el 6 de agosto de 1945 el avión Enola Gay dejó caer sobre la ciudad de Hiroshima la primera bomba atómica fabricada por el hombre. Pesaba dos toneladas; tenía dos metros de diámetro, y cuando la misma explotó a 330 metros de altura, la onda expansiva sacudió el avión que se alejaba, y abajo el suelo se convirtió en un gran horno con temperaturas de 55 millones de grados centígrados, que es la temperatura externa del sol. 11.5 kilómetros a la redonda, fue reducido a cenizas. Los gases se elevaron por la atmósfera formando una columna de humo con fuego atómico arriba, y abajo el fuego se mezcló con la sangre de 100,000 personas que murieron.
Hace 2,600 años lo que Dios predijo para los últimos días en Joel 2:30, y que el apóstol Pedro mencionó en Pentecostés, se había cumplido de manera preliminar. El Señor había dicho “Y daré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego, y columnas de humo.” Tres días después, una segunda bomba cayó sobre otra ciudad, Nagasaki, no con mucha precisión, pues por error solo murieron 25,000 personas, dejando a 90,000 heridas, con lo cual Japón finalmente se rindió.
Cuando el copiloto Robert Lewis desde arriba vio el incendio atómico abajo, exclamó “¡Dios mío, qué hemos hecho!” Amigos y hermanos, lamentablemente el pecado del hombre siempre conlleva como paga la muerte y el juicio por un Dios que es santo y justo. Sin embargo, curiosamente el Espíritu Santo fue más allá de anticipar la era atómica aquí en Joel capítulo 2 con sangre, fuego y columnas de humo, y en el verso 32 declaró: “Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo;...” Esto es el mismo corazón de Dios, de un Dios de amor que no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. El fuego atómico de Hiroshima se apagó, pero el fuego del infierno nunca se apaga; y para que tú no tengas que ir allá mi amigo, Cristo Jesús en la cruz sufrió ese castigo que tú y yo por nuestros pecados merecíamos, y lo único que tenemos que hacer es clamar de corazón y decir: “Jesús, perdóname; Jesús, sálvame; Jesús, cámbiame” y él lo hará. Hoy mismo clama a él y a tu alma vida eterna él te dará “Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo;...”
Hoy queremos hablar de tres peligros que nos amenazan, y el primero que estamos considerando es el nuclear. Después que un traidor americano vendió el secreto atómico a los rusos, Estados Unidos se vio obligada a fabricar la primera bomba termonuclear mejor conocida como la bomba de hidrógeno, la cual pesaba 75 toneladas; era 110 veces más potente que las que cayeron en Japón. Esta bomba de hidrógeno fue detonada en noviembre de 1952 en el Atolón Bikini en las islas Marshall en el Pacífico. El calor generado equivalió al que hay en el núcleo de nuestro sol, pues vaporizó toda el agua de un lago de 100 kilómetros cuadrados, lanzando millones de galones de agua mezclada con cal de arrecifes de coral hacia la estratosfera y hundiendo prácticamente esa isla en el mar.
Como si esto fuera poco, los hombres desarrollaron armas más potentes de hasta cien megatones a base de plutonio. Es interesante que sobre esto escribió el apóstol Pedro en su segunda carta capítulo 3, pues en el verso 10 leemos que él dijo: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas.” La pregunta es ¿cómo supo Pedro que los elementos radioactivos como el Uranio, el Hidrógeno, el Plutonio arderían quemando grandes porciones de la tierra en los últimos días? ¿Cómo pudo Pedro saber esto, sin ser un físico y sin conocimientos de química y de la tabla periódica de elementos? Respuesta: él no lo sabía, pero el Dios que creó los átomos sí; el Dios que de antemano sabía del peligro de la amenaza nuclear de los últimos días, sí lo sabía y se lo reveló por el Espíritu Santo; por eso él pudo escribir que “...los elementos ardiendo serán deshechos,...”
Mis amigos, lo único que está impidiendo que esto se cumpla totalmente hoy día es el Espíritu Santo que mora en la iglesia en cada creyente lavado por la sangre de Jesús. Dios no permitirá una guerra termonuclear mientras su iglesia todavía esté aquí y el Evangelio tenga que predicarse. De hecho, el doctor Oppenheimer que ayudó a desarrollar la primera bomba atómica, cuando vio sus efectos dijo: “por primera vez hemos tenido conciencia del pecado”. Oppenheimer después se convirtió al evangelio. Nuestro Señor Jesucristo fue claro cuando en Mateo 24:14 profetizó “ Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin.”
El glorioso evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, ya se está predicando a nivel mundial por todos los medios: radio, televisión, la Internet, y a través de las redes sociales. En cualquier momento el Espíritu Santo, que ahora mismo detiene y restringe el misterio de la iniquidad, será quitado con el rapto de la iglesia; y después que Jesús venga y nos saque de aquí, entonces vendrá el fin con una guerra nuclear en la cual de acuerdo a Apocalipsis 9:14-15 una tercera parte de la humanidad morirá. Oh, allí donde estás mi hermano levanta tus manos, y di: “gracias Señor; gracias oh Espíritu Santo, porque hasta el día de hoy, y hasta el día del rapto, tú nos guardarás y evitarás un desastre nuclear a escala global.”
El segundo peligro que nos amenaza es el de un terrorismo impensable. Nadie pensó que unos terroristas podrían apoderarse de aviones y estrellarlos contra las torres gemelas en Nueva York, y el edificio del Pentágono en Washington, pero sucedió el 9/11 del 2001. Nadie pensó que los terroristas recurrirían a un nuevo método: apoderarse de camiones y a alta velocidad atropellar gente, arrollando a cientos de transeúntes inocentes como ya hemos visto varias veces ya en España y en Francia. Nadie pensó que 22,000 asistentes a un concierto de música country al aire libre en Las Vegas, serían atacados con ráfagas de disparos por un hombre apostado en el piso #32 de un hotel adyacente. ¿Quién iba a pensar que Stephen Paddock, un contador jubilado de 64 años de edad, un hombre tranquilo sin antecedentes criminales, podía hacer eso?, pero sucedió. 59 baleados murieron, y 500 personas resultaron heridas.
El presidente Donald Trump calificó al autor de este hecho de ser un “enfermo y loco”. Hoy lo impensable sucede. La pregunta es: ¿si el presidente de Corea del Norte Kim Jong Un será el próximo loco en disparar indiscriminadamente sus misiles nucleares que ya puede alcanzar al territorio de los Estados Unidos? Ya Trump advirtió que si Estados Unidos se ve forzado a defenderse y a defender a sus aliados, destruirán totalmente a Corea del Norte. Después que Trump habló esto en la ONU, el ministro del exterior norcoreano dijo que “...su país ensayaría la bomba de hidrógeno más potente en el Pacífico próximamente y que la respuesta será del más alto nivel...”
Mis queridos hermanos, sin duda, estos son tiempos peligrosos y lo impensable de un momento a otro va a suceder. Antes del rapto, Dios pondrá un límite por supuesto, pero debemos estar a la expectativa de la venida de Nuestro Señor Jesucristo por su iglesia en cualquier momento. Él dijo en Lucas 21:36 “Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre.”
Sin duda, todo verdadero creyente redimido por la sangre de Cristo, que realmente ha nacido de nuevo por el Espíritu va a escapar en el rapto. La sangre de Cristo es nuestra garantía, y de acuerdo a Efesios 4:30 hemos sido sellados con el Espíritu Santo para el día de la redención. Estamos a bordo en el tren de la gracia, impulsados por la locomotora del Espíritu Santo que nos llevará con seguridad a nuestro destino final que es el cielo ya sea que muramos o seamos arrebatados.
Si esto es así, ¿por qué entonces Jesús dijo que debemos orar y velar para escapar? La respuesta es que a pesar de que el rapto está garantizado para los realmente salvos, Dios se complace en que oremos de acuerdo a lo que él ha prometido. Su reino vendrá, sin embargo nos enseñó a orar “venga tu reino”. Cuando oramos así, esto impacta y cambia nuestro estilo de vida para desear más la santidad en un mundo, el cual después del rapto, arderá como estopa y fuego nuclear que abrazará a los impíos.
Oiga lo que el apóstol Pedro nos dice en esta misma segunda carta capítulo 3 verso 11 “Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas !cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir,”. En otras palabras, puesto que Cristo pronto viene, cuánto más no deben ustedes vivir en santidad, dice Pedro. La santidad es importante mis queridos hermanos entre otras cosas, porque hay un tercer peligro que nos amenaza, y es el pecado. En Hebreos capítulo 12:1 leemos: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante,” Es poco lo que nos falta para terminar la carrera, pues Cristo ya viene, pero para correr bien esta carrera debemos quitarnos de encima todo peso que nos estorba la santidad.
Algunos de ustedes mis hermanos que me escuchan ahora, el Espíritu Santo les va a decir “tienes que despojarte del peso de ese vicio, llámese cigarrillo; la cervecita o la copita social; la lotería o los casinos. Tú eres cristiano, ya aceptaste a Cristo Jesús como tu Salvador personal, eres salvo, pero aún no le obedeces como Señor.” Jesús dijo en Lucas 6:46: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” El Señor te dice: “despójate de todo peso que te estorba, para que cuando yo venga te encuentre viviendo en santidad. Despójate, dice el Señor. Corta con esa amistad que no te conviene; corta con esa relación extramarital, pues a los adúlteros y fornicarios yo los juzgaré; despójate de todo peso y del pecado que te asedia.”
Mis hermanos, hay un pecado que nos asedia y es nuestra propia naturaleza caída que aún está allí y la cual debemos crucificar cada día. Por eso Pablo le dijo a Timoteo: “...ten cuidado de ti mismo...” (1 Timoteo 4:16). La Biblia dice además en Efesios 4:27 “ni deis lugar al diablo”. Mira hermano, el diablo no puede obligarnos a pecar, él solo tienta con sugerencias a la mente, pero si no oramos a diario y nos llenamos del Espíritu Santo para que controle la carne, entonces cuando usted menos se dé cuenta, una discusión, por ejemplo, con su esposo o esposa, usted responde gritando y con ira y se le salen palabras de alto calibre que ni pensó decir, pero la soltó dándole gusto a su carne, y por allí es que se mete el diablo. ¡Cuidado, cuidado!, el pecado nos asedia, y a través del pecado el diablo quiere dañar tu matrimonio; quiere arruinar tu ministerio; quiere arruinar tu testimonio y hacerte inútil en la obra del Señor, pero en el Nombre de Jesús levántate y dile al diablo “¡fuera!”, y di: “Espíritu Santo ayúdame; controla mis acciones; controla mis emociones; controla mis palabras; ayúdame a no pecar con mi boca, y pon alabanza a ti oh Señor en mi lengua.”
Oh hermanos míos hagamos esto. Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y vivamos en santidad porque pronto terminará nuestra carrera y la trompeta del rapto en cualquier momento sonará. Cristo viene ya. Él dijo en Lucas 12:40 “Vosotros, pues, también, estad preparados, porque a la hora que no penséis, el Hijo del Hombre vendrá.”